lunes, 5 de febrero de 2018

ella que se disculpa por dejarlo todo a medias

nunca termino de subir nada y nadie lo lee tampoco pero yokese is such a drag que se me olvide subir cosas y bueno que tengo una nueva cosa que quiero subir pero ya veré

sábado, 10 de junio de 2017

Al fin algo terminado

Hola después de muchisimo tiempo, cosas de segundo de bachillerato:

Vamos a lo importante!! Al fin he terminado de escribir la primera parte de mi historia medieval y ya tiene título: FLOREROS DE ALTO LINAJE, porque lxs protas son príncipes y princesas que básicamente están de adorno.

He terminado de escribir una parte, pero no de corregirla, así que lo que voy a subir es un borrador más que la historia final (hasta le faltan algunas escenas por escribir), pero lo principal ya está. Se ha quedado en unas cuarenta mil palabras, lo veo bien porque solo es la primera parte de lo que sería el libro completo. Bueno, me dejo de rollos, ahí abajo está:

Floreros de Alto Linaje Primera Parte (Borrador)

Otra cosa, no sabía cómo subir el pdf así que es un documento en drive en el que además podéis comentar.


Y ya estaría.

lunes, 23 de enero de 2017

CAPITULO DOS!!!!!! Ya lo voy a subir más seguido vale estoy reemocionado

Levielle 2
Al instante, todos son voces.
La sala queda sumergida en el más absoluto caos.
No sé a qué se debe. No sé qué era ese sonido. No sé nada. Veo a la gente correr, alejarse, huir. Todos hacia un mismo punto.
Escucho gritos.
Veo elegantes vestidos y trajes caros pasar por delante de mí. No sé qué ha pasado, y eso me agobia.
Tras abrirme paso por una gran conglomeración de gente, busco a mis hermanas y a Ande, con el corazón latiendo de tal forma que amenaza con salir de mi pecho en el momento menos esperado.
Al otro lado de la habitación, en las bonitas escaleras donde mi hermana mayor, Eleanora, se ha presentado con su pomposo vestido para comenzar la Ceremonia, veo como un grupo de soldados se agrupa, centrando toda su atención en un mismo punto.
En el suelo hay algo.
O alguien.
Avanzo lo más rápido que mis sencillos pero finos tacones me permiten. Me siento en un laberinto de rostros, telas y tensión.
Gritos, sudor, sangre.
Cuando por fin consigo llegar a las escaleras, empujo a los guardias, perdiendo la compostura que las princesas debemos tener en todo momento.
En el suelo, tumbada sobre un gran charco de sangre que no hace nada más que crecer a una velocidad preocupante, se encuentra la futura reina de Phericia.
Mi hermana.
Eleanora.
Mi visión se nubla. Noto como las gotas de sudor frío comienzan a descender por mi frente. Pierdo la compostura.
Mis piernas flojean.
Siento que voy a caer.
Me agacho y coloco mi mano sobre el pecho de Eleanora, que se contrae en movimientos lentos y apagados. Al instante noto como su sangre traspasa la tela y comienza a manchar mi pálida piel.
-El...Elea…-susurro, sin poder evitar que mi voz se quiebre antes de poder terminar el nombre.
Sin embargo, ella mira hacia el infinito, respirando con dificultad y en un estado de absoluto shock.
-¡Que alguien llame a un curandero! ¡Traed a alguien!- exclamo, furiosa- ¡Vamos, pedazo de inútil! -le suelto a un guardia que contempla la escena sin saber qué hacer.
Todos me están mirando. Incluso las paredes me están mirando. Incluso el suelo amenaza con devorarme como ha hecho con mi hermana.
Toda la sala me está mirando.
Está mirándonos.
-¡Traed a un curandero de una vez!- aúllo. No grito, no es un grito humano lo que mis cuerdas vocales emiten. Es un aullido de total desesperación que me rompe por dentro.
Al fin, la estancia entra en movimiento.
Mis lágrimas comienzan a caer sobre el precioso vestido de Eleanora.
Aun así, pálida y cubierta de sangre, es la más bonita de las tres. Es una buena reina. Va a ser una buena reina. No va a pasar nada.
Ande, Lune y Nazara se acercan, conscientes de la situación a pesar de haber bebido de más.
Nadie dice nada.
El pulso de Eleanora es débil y lento. Su respiración es irregular. La sangre cubre toda mi mano y sigue saliendo, formando un charco que comienza a recorrer cada peldaño, como una cascada de desesperación.
Sigo escuchando gritos. Sigo sin saber nada.
Mis manos tiemblan cuando intento levantar la cabeza de mi hermana (que es casi un peso muerto) para acomodarla.
Poco después llega un curandero.
Sin embargo, antes de que las palabras salgan de su boca, sé lo que quiere decir.
Eleanora ha dejado de respirar hace segundos. Su pulso se ha debilitado hasta apagarse. Su último aliento ha sido exhalado. La heredera al trono de Phericia ha muerto.
Entonces comienza el caos de verdad.

***

Las lágrimas no tardan en abarcar mi rostro, más pálido de lo normal. A mi lado, Lune no comprende nada. Tan sólo mira al cuerpo sin vida de Elea, con sus diminutas manos temblando y sin saber qué hacer. Nazara está descompuesta. Su maquillaje forma borrones en sus mofletes y un silencioso llanto se le escapa por la garganta. Ande se muestra sereno, con los ojos cerrados y una rodilla hincada en el suelo. Por mucho que intente disimularlo, veo como las lágrimas descienden hasta caer sobre sus pantalones.
Mis padres aparecen en el salón. Mi madre, la mujer que toda Phericia siempre ha visto como la viva imagen de la tranquilidad, pierde los estribos. No tarda en echarse a correr hasta acabar junto a nosotros, llorando.
Al igual que mi padre.
Al igual que toda Phericia.
Esta noche, incluso la luna parece iluminar menos, como si ella también se quisiera unir al llanto que vela por una reina muerta.

-¿Quién ha sido?- pregunta al fin mi madre, levantando la cabeza para observar detenidamente a los guardias.
-No lo sabemos, alteza. Simplemente se escuchó un ruido que no se sabía de dónde venía y...ocurrió- finalizó el capitán de la guardia sin saber cómo explicarse.
Silencio.
Por primera vez en mucho tiempo, la habitación entera se queda en silencio contemplando a la destrozada familia real.
-El funeral se celebrará mañana al anochecer- anuncia el rey, impasible- Toda Phericia queda invitada.
Murmullos y más llantos.
-Buscad a los posibles sospechosos. Me aseguraré de que el asesino no vuelva a ver la luz del sol- susurra mi padre, de tal forma que solo lo escuchamos un guardia y yo.

No me lo creo. No me lo termino de creer.
Esto parece una pesadilla.
Mi hermana mayor. Aquella que siempre me había ayudado. La que me dejaba sus vestidos y con la que jugaba a ser simples aldeanas. Con la que compartía casi todos mis secretos bajo la luz de la hoguera las frías mañanas de invierno. Aquella con la que había soñado, reído, llorado.
Mi hermana, esa persona con la que más cosas había sentido.
Estaba muerta.
Muerta, muerta, muerta. Sin vida. Sin vida.
Sin nada.
Muerta...para siempre.
En aquel momento, la palabra siempre me parecía demasiado insignificante para describir lo que transmitía. Para siempre. Muerta para siempre. En ningún momento iba a abrir lo ojos y hablar con nosotras.
Nunca.
Ni aunque pasaran millones de años, ella ya no podría despertarse. No podría. No podría. Nunca jamás.
Eso es lo que significa siempre.
Todos esos pensamientos son los que revolotean por mi mente cuando mis padres me obligan a retirarme a mis aposentos con la pequeña Lune, la cual se encuentra devastada.
Cuando entro en mi dormitorio, siento que caigo una vez más.

Lune duerme al lado de mi cama. La luz de la luna ilumina su espalda. Se agita suavemente, como si sollozara en silencio. Quiero intentar consolarla, decirle que ha de ser fuerte, pero no quiero que mi voz se rompa.
Pocos minutos después, ella habla:
-Levielle.
-¿Sí?
-¿Por qué?- pregunta mientras se da la vuelta y me mira.
“¿Por qué?” Buena pregunta. Si supiéramos contestar, tendríamos la respuesta de todo esto..
-No lo sé, Lune. No lo sé- es lo único que consigo decir.
-¿Qué va a pasar ahora?
-No lo sé- susurro con los ojos anegados en lágrimas. Me giro y le doy la espalda, dando  por finalizada la conversación- Nadie lo sabe- murmuro, esta vez para mis adentros.
Al lado de mi cama, Lune llora.

Creo que estoy soñando, pues mi mente se remonta horas antes.
Estoy bailando con Ande. Miro sus bonitos ojos mientras que esbozo una tonta sonrisa y danzamos al son que la música festiva nos marca. Siento que giramos, que nos movemos rápido y que nuestros movimientos son uno solo. Veo a más gente bailar por el rabillo del ojo. Todos vestimos bonitos vestidos, aunque yo intento pasar desapercibida.
-¿Desde cuándo sabes bailar tan bien, príncipe Ande de Stalkia? -pregunto en tono de burla, recordando lo torpe que era de pequeño y con qué frecuencia solía caerse.
-Desde hace un año, milady. Los príncipes deben saber modales, al igual que las princesas- me contesta, riéndose, sabiendo cómo me molesta ser una persona reconocida en toda Phericia.
El baile sigue, la estancia rebosa de alegría, elegancia y luminosidad.
No obstante, el panorama no dura tanto como me gustaría y se desvanece.
Un ruido.
Un grito.
Un golpe.
Y mi hermana mayor desangrándose en los pies de la escalera.

Esto no es un sueño, es una pesadilla. Sin embargo, no puedo salir de ella. No sé cómo salir de ella.
Avanzo inconscientemente hacia mi desfallecida hermana y me agacho, cubriendo su herida y manchando mis temblorosos dedos con su cálida sangre.
Inexplicablemente, en esta versión estamos solas mi hermana y yo. El resto ha desaparecido.
-Levielle…- susurra con la voz magullada.
Las lágrimas vuelven a salir.
Va a morir. Lo voy a volver a presenciar. Va a morir. Otra vez. No voy a poder hacer nada.
-Huye…-susurra mi hermana con gran esfuerzo.
Me quedo desconcertada.
-¿Qué?- pregunto, indecisa, controlando mis lágrimas.
-Huye...ellos...te matarán si no lo haces- murmura.
Tose y la sangre comienza a brotar de su boca tras el pequeño ataque, aún así, desangrándose y con el hilo que la sujeta a la vida a punto de quebrarse, ella me habla. Me advierte.
-Tienes que...que escapar- otro ataque de tos y una larga pausa- si te encuentran...te matarán....
Anonadada, la miro sin comprender, buscando una respuesta en sus marchitos ojos que pierden brillo conforme los segundos pasan.
-Te...te matarán. Huye, Levielle...antes de que sea demasiado tard....- un ataque de tos le impide acabar la frase. Su débil brazo me agarra y comienza a apretarme desesperadamente, como si eso la aferrara a la vida.
Me hace daño. Me clava las uñas.
Su cuerpo se retuerce en terribles espasmos.
Tose sangre.
Llora.
Grita.
Tiembla.
-Tú eres la siguiente -dice, clavándome su mirada en lo más profundo de mi corazón

***

Despierto ahogada en mi propio sudor frío. Aspiro grandes bocanadas de aire y siento que voy a desfallecer en cualquier momento. Noto como la habitación se mueve. Me entran nauseas y no puedo hacer nada más que gritar y llorar. Lune se despierta, asustada. Mis gritos se escuchan en todo el castillo, pues Naza y Ande no tardan en plantarse en mi habitación a los pocos segundos de mi vuelta a la realidad.
-¡Levielle!- grita Naza mientras se acerca y me agarra de los brazos- Tranquila, tranquila, tranquila- me dice, mirándome con pena.
Lune me observa y se apoya en la cama. Me acaricia el brazo sin decir nada, reconfortandome. Ande me abraza, al igual que Naza.
Lo único que puedo hacer es acallar mis gritos y ahogar mis lágrimas en la fina tela de sus pijamas.
-¿Qué ha pasado?- me pregunta Ande, con tono alentador.
-Una...pesadilla. Una pesadilla- mascullo, balanceandome sobre mi propio cuerpo.
-Está bien, tranquila, no va a pasar nada más- me susurra Naza al oído- tranquila.
  -Todo va a salir bien- promete Ande.
Pero sé que están mintiendo.
***
Phericia está de luto. Las banderas de colores alegres que fueron colocadas para festejar el futuro ascenso al trono de mi hermana han sido sustituidas por oscuros mantos similares al carbón.
Mi cuerpo se refleja en el espejo de mi habitación. Llueve, como si el cielo llorara la pérdida. Un sencillo vestido negro me cubre hasta los pies, pero deja mis marcadas clavículas al descubierto. No me atrevo a bajar. No quiero bajar.
Sin embargo, debo bajar.
Evito pensar. Intento dejar la mente en blanco. Sin nada. Sin preocupaciones.
Me es imposible.
Al recorrer los solitarios pasillos, miles de recuerdos acuden a mi mente: la ventana a través de la cual Elea y yo veíamos los bosques, imaginando miles de criaturas fantásticas viviendo aventuras trepidantes; la columna donde mi hermana iba marcando como aumentaba mi altura; las cortinas entre las que jugábamos al escondite; las armaduras y estatuas con las que hablábamos en las aburridas tardes de invierno.
Todo me recuerda a ella.
Salgo al Jardín principal, donde gran parte de Phericia y mi familia se encuentra. La fina lluvia me cae sobre la piel, aliviando la sensación de agobiante calor que recorre cada parte de mi ser. Me acerco lentamente a la primera hilera de sillas, con Lunelle y Nazara. Cuando me siento, Naza me aprieta la mano, intentando infundir fuerza.
No lo consigue.
Lo único que me daría fuerzas sería un abrazo de Elea.
Un sacerdote empieza a hablar, justo al lado de la tumba donde yace el cadáver de mi hermana. Qué estupidez. Un sacerdote hablando sobre una persona muerta con la que posiblemente no había cruzado una sola palabra en su vida. No le escucho. No escucho nada. Percibo con gran esfuerzo como alguien toca un órgano, después, los violines, y por último, el piano. La triste melodía fluye por el aire hasta llegar a cada rincón de Phericia. Los presentes miran al suelo, cabizbajos.
Me levanto después de un rato. No sé cuánto tiempo ha pasado, pero Ande me coge del brazo y me arrastra junto a mi familia hasta el ataúd.
Nos colocamos en fila, y uno a uno, nos acercamos al lugar de eterno reposo para despedirnos de la que habría sido la mejor reina de toda Phericia.
Soy la última. Los demás ya están sentados, observándome.
Camino dando diminutos pasos. Es la única manera de alargar el momento, de evitar lo inevitable.
Sin yo quererlo, mis manos se posan sobre la tumba. Me asomo, y en ella veo a Elea. Su pálida piel está tensa. Le han cambiado el vestido, que ahora es un trozo de tela blanco y sencillo. Su cabello rubio está alisado, y se extiende a lo largo de su pecho hasta acabar en el vientre. Sus manos, rígidas, se unen en el estómago, agarrando un ramo de flores.
Sus ojos están cerrados.
Y es en ese momento, en el que me doy cuenta de que nunca jamás volveré a ver su expresiva mirada y su sonrisa fugaz.
En el momento que me derrumbo y las lágrimas empiezan a florecer. Suelto un te quiero que apenas yo escucho. Lo siento. Lo siento tanto todo que noto como todas las emociones se arremolinan en mi interior, rodeando mi corazón como si quisieran aplastarlo.
Avanzo como si fuera un fantasma. Lloro. Las lágrimas crecen en número y se intensifican.
He dejado atrás a mi hermana para siempre.
Soy un fantasma. Soy un espectro de recuerdos muertos y de sueños frustrados. Esto me está matando poco a poco. Lo siento. Lo noto.
Y no puedo hacer nada para remediarlo.
Al menos, eso es lo que creo.
¿Pueden los fantasmas volver a sentir?

***
No espero a que el funeral termine. Miro a Nazara, y ella parece entender que quiero estar sola, que necesito estar sola. Nadie se percata de mi ausencia, pues las lágrimas que inundan sus ojos y el ataúd de mi hermana son su única preocupación en aquel momento.
Recorro los pasillos. Al principio, andando. Después, aligero el ritmo hasta acabar corriendo. Tiro los tacones y rompo el vestido sobre la marcha, siento que las vestimentas me ahogan.
Necesito respirar. Necesito liberarme.
Necesito ser feliz.
Al momento, algo hace detenerme.
Las cortinas. Las estatuas. Las ventanas. El techo. El suelo.
Todo me habla.
<Muerte a Levielle>
<Tu sangre correrá hoy por los suelos de Palacio>
<Sangre real será derramada esta noche>
<No tendremos compasión, niñata>
<Ándate con cuidado>
Anonadada, sigo corriendo. Me estoy volviendo loca. Me estoy volviendo loca. Todo me susurra. Corro. Sudo. Me caigo y me levanto. Me enredo con cortinas que parecen moverse para atraparme entre su tela. Vuelvo a caer. Oigo cadenas de las armaduras. Siseos.
Muerte. Muerte. Muerte. Muerte.
Vuelvo a caer. me doy contra el filo de la espada que una armadura sostiene. La sangre comienza a manar de mi clavícula. Subo las escaleras.
Luz y oscuridad. Un trueno y un relámpago. Un jarrón estalla en pedazos. Me saltan cristales que me arañan la cara y me producen heridas que escuecen. Subo las escaleras de caracol. Me siento perseguida. Las ventanas se abren y el aire entra. Vuelvo a caer y me sujeto a la barandilla para evitar desprenderme.
Muerte. Muerte. Muerte. Muerte.
Vuelvo a subir las escaleras. La niebla me atrapa. Oigo gritos de auxilio. Aullidos. Sangre. Cristales rotos. Algo me tira del pelo y vuelvo a caer al suelo.
Muerte. Muerte. Muerte. Muerte.
Alcanzo la cima de las escaleras y salgo al puente que conecta la Torre norte con la Sur. Noto que me persiguen. No puedo avanzar. me cuesta. La sangre de las heridas empapa mi vestido.
Otro trueno. Más lluvia. Algún tipo de fuerza me empuja, colocándome contra la barandilla. La piedra se me clava en la espalda. Duele. Duele. Duele. Los siseos continúan.
Muerte. Muerte. Muerte. Muerte.
Me empujan y salgo disparada. A duras penas consigo aferrarme a la barandilla de peidra para no caer. El agua y la sangre recorren la piedra y mi piel, dificultando mi seguridad.
<Tienes hasta que las campanas repiquen para escapar, estúpida. De no ser así...tu sangre será derramada y tu reino arderá al anochecer>