jueves, 30 de junio de 2016

capítulo uno de una historia sin nombre de gayses medievales

Desde pequeño me ha gustado crear historias y a los doce-trece años empecé a escribir y bueno ahora estoy escribiendo esto con un amigo cuyo twitter os dejo aquí y ya iremos subiendo la historia en su wattpad y en otro vlog que ahora es muy cutre así que la voy a dejar por aquí.
La historia va de un príncipe y una princesa, Ande y Levielle, respectivamente, que viven en una Edad Media más bonita y mágica que la real pero aún así con muchos peligros. Cada capítulo lo narra une y ya está, os dejo leerlo:
_____________________________________________________________________________________

        Ande
     Abro la puerta del carruaje y poso el pie derecho en Phericia, tierra de buena suerte y prosperidad. Quiero dar palmitas, tenía muchas ganas de llegar y al fin estamos aquí. El cielo brilla, los pájaros pían con una melodía aleatoria pero tranquila y un olor a exóticas flores mentoladas impregna el ambiente.
     Mi madre sale también, acompañada de nuestro mayordomo, Midas, que sujeta nuestro equipaje.
     -Pues al final hace buen día –dice con la misma expresión de alegría que tenía yo cuando he abierto la puerta. Se ha pasado el viaje diciendo que iba a hacer un mal día porque una pitonisa se lo había mostrado con las cartas, como si fuesen de fiar. Parece mentira que sea la reina de Stalkia, ¿cómo se puede creer esos cuentos?
     -Era obvio –digo poniendo los ojos en blanco.
     Inspiro y expiro el aire, pero lo hago con tanta intensidad que se me mete algo en la nariz.
     Sacudo la cabeza. Vuelvo a hacerlo. Y estornudo una mariquita. ¿Una mariquita?
     Escucho risas y cuando me giro veo a unas niñas mirándome. Me rasco la cabeza y sonrío un poco nervioso. Es oficial, el príncipe Andemelio ha llegado a la ciudad.
     Mi madre comienza a caminar y Midas y yo la seguimos. Necesito saltar, estoy muy contento, llevo sin ver a las princesas desde… es posible que desde la boda de mi primo segundo, bah, da igual, ni recuerdo su nombre. El caso, hace muchichísimo tiempo que no nos vemos.
     Y me muero. Por volver a verlas. Cuando éramos pequeños nos pasábamos el día jugando por los jardines a que éramos seres fantásticos (ya sabes, hadas, dragones…), y cuando llovía jugábamos con sus muñecas, la verdad es que había días en los que quería que lloviese.
     Le pido a Midas llevar una maleta para no salir volando por los aires de la felicidad que emana mi cuerpo.
     -¡Ande! –oímos gritar a una voz femenina desde atrás. Mis amigos me llaman Ande, y me gusta que lo hagan, siento que dejo de ser príncipe y empiezo a ser nada, simplemente soy Ande.
     -¡Naza! –grito yo, después dejo caer la maleta y echo a correr hacia ella. Me apuesto diez deorumas a que nos miran con cara de desaprobación, estamos montando un escándalo, pero me da igual, de algo tendrán que hablar los aldeanos.
     Nos fundimos en un cálido abrazo.
     -Dios –y a continuación chilla-, ¡estás aquí!
     Sus ojos brillan como pocas veces los había visto brillar. Creo que de todas las veces que no hemos encontrado, esta es en la que más feliz está.
     Se ríe y se apoya en mí. Es muy cariñosa con todo el mundo, tal vez de más.
     -Estoy aquí –digo apartándola de mí con suavidad.
     Se ríe de nuevo y después me susurra con voz empalagosa:
     -Tengo unas ganas de fiesta que no puedo con ellas, en Anferio apenas puedo divertirme y tengo los dedos muy cansados…
     -¡Nazara! –grito antes de soltar una carcajada.
     -¡Andemelio, aprisa! –grita mi madre, enfadada, como de costumbre.
     -Tengo que irme –le digo señalando a mi madre  (la reina de Stalkia) con la cabeza.
     -Espera, te acompaño. Yo también acabo de llegar –dice casi sin poder abrir la boca de la creciente sonrisa que habita en su cara- ¡Finnick! –grita dando chasquidos con los dedos, ¡rápido! ¡el palacio nos espera! –alarga la última “a” a causa de la emoción, esto es genial.
     Empieza a correr mientras hace sonidos de alegría con la boca y yo hago lo mismo. No me lo puedo creer, al fin vamos a encontrarnos todos.
     Mientras corre delante de mí me fijo en que a pesar de tener los dieciocho su cuerpo sigue cambiando, está más morena y tiene más caderas, o eso o el vestido que se ha puesto es más atrevido que el de la última vez. Su cabellera pelirroja oscura al viento llena de rizos, también le ha crecido el pelo bastante.
     Cuando alcanzamos a mi madre y a Midas reducimos la velocidad.
     -Buenos días –saluda a mi madre, y hace una pequeña reverencia con su vestido-, hace un día espléndido, ¿verdad?
     Mi madre la mira con una mezcla de superioridad y asco.
     -Así es Nazara, ¿no vas un poco fresca para la primavera, o para el verano? –le dice con frialdad. Desde  que Nazara se hizo mujer y empezó a revolucionarse mi madre perdió la fe en ella como una de mis posibles futuras esposas, aunque mejor que perdiese la fe en todas porque esposa no necesitaba ni quería.
     «Deja de condicionarla, deja de condicionar a todo el mundo» –pienso, pero no me atrevo a decir.
     -Qué va, hoy hace un día caluroso –dice tranquila, y no sé si es que actúa muy bien o no le importa para nada la opinión de mi madre.
     -Aun así, ¿no crees que muestras demasiado? –ataca de nuevo, como un lobo antes de devorar a su presa.
     -Tapa lo que tiene que tapar –responde con la cabeza bien alta.
     Caminamos un rato más hasta que por fin llegamos a las puertas de palacio. Los guardias nos reciben, y nos reconocen sin que tengamos que hablar, no sabía que fuésemos tan populares en la corte.
     Nazara le guiña el ojo a un guardia joven, a veces la envidio por ese descaro que tiene a la hora de provocar y relacionarse de forma amorosa. Aunque si fuese como ella llamaría demasiado la atención, al menos en espacios públicos. Lo mío son las buenas apariencias.
     El palacio está como siempre, con su impecable y resplandeciente suelo de mármol por el que más de una vez me había resbalado y sus columnas puramente dóricas con las que también me había hecho daño en ocasiones. Era un enorme espacio blanco que para un niño con imaginación podía ser el más frondoso de los bosques.
     Me apoyo en una columna y espero a que alguien venga a recibirnos, este sitio antes era más grande.
     Mientras viajo con la mirada perdida por los distintos cuadros que adornan la sala veo una cabellera que solo podría ser de una de las tres princesas, a juzgar por su baja estatura está claro que se trata de Lunelle.
     Aviso a Naza de que nuestra pequeña amiga está cerca y esta la llama alzando la voz, que sin duda alguna desata miradas de asco por parte de mi madre.
     -Habéis venido -nos dice la pequeña mientras se acerca corriendo. Bueno, no es tan pequeña pero es la menor de las tres. ¿Cuántos años tenía? ¿Catorce? Llevaba años sin poder acudir a sus cumpleaños.
     -¡Pues claro! -le responde Nazara mientras se funde con ella en un abrazo. La melena oscura de Nazara se funde con los lacios claros cabellos de Lunelle creando una explosión de color.
     -¿Os llegaron las cartas? Las escribí yo, ¿a qué estaban muy bien? -pregunta provocándome una sonrisa. Parece que ya está desarrollando su ego de sangre azul.
     Le saludo sonriente con un abrazo también, y mi madre le hace una reverencia que aunque sea fría y formal, muestra más cariño que la que le ha hecho a Nazara.
     -¿Dónde están las demás? -pregunto impaciente cuando acaban los saludos.
     -Arriba, en nuestras alcobas, vamos -responde tirando de nuestras manos hacia la escalera.
     -¡Espera, Ande! ¡Tu equipaje! -me dice mi madre, me pregunto si tendrá un libro tipo Novecientas veinte mil quinientas treinta y dos formas de acortarle la diversión a los demás (en especial a tu hijo)- Midas, dale su maleta.
     Cojo la maleta y subo las escaleras a toda prisa detrás de mis amigas. Cuando estoy llegando al final de la escalera doy un traspié y me caigo en la alfombra roja, al menos es mullida y le quita fuerza la caída.
     Mi maleta sale volando, y cuando levanto la vista me doy cuenta de que le he dado a alguien.
     Un chico mayor la coge y me mira desde arriba con la mirada fría. Me impone tanto que me cuesta levantarme.
     Lleva capa así que tiene que ser alguien importante, y yo le he tirado la maleta. ¿Por qué tan torpe, Ande?
     -Creo que esto es tuyo -me dice, y no sé si está enfadado o relajado, pero sus ojos azul gélido miran con algo que me deja inmóvil.
     -Sí -digo con la voz tan aguda que me dan ganas de arrancarme las cuerdas vocales.
     -Galenio -dice dándome la mano, ¿cuándo me la ha cogido?
     -Andemelio -me aclaro la voz antes de seguir hablando-, príncipe Andemelio de Stalkia.
     Trago saliva nervioso. ¿Quién es y por qué nunca lo había visto?
     -Bueno, parece que tienes que ir a algún sitio -me dice ofreciéndome la maleta, tiene la voz muy grave, me gusta y a la vez me da miedo.
     -S-sí -respondo cogiendo la maleta.
     -Supongo que nos veremos esta noche -me dice antes de tomar irse escaleras abajo.
     -¡A-adiós! Quiero decir: ¿hasta esta noche? -le digo casi haciendo una pausa entre cada sílaba. ¿Qué acaba de pasar?
     Corro por el pasillo sintiendo las piernas como si fuesen de mantequilla y muy acalorado. Me pregunto quién será.
     Cuando entro en la habitación me encuentro con las chicas comiendo pasteles, tienen que estar buenos, porque nadie se da cuenta de que entro.
     -¿Pero qué hacéis ya comiendo? -grito por sopresa.
     -¡Ande! -gritan Elea y Levielle. Bueno, cuando he dicho que mis amigos me llamaban Ande quería decir mis amigas: las tres princesas de Phericia (Eleanora, Levielle y Lunelle) y la de Anferio (Nazara).
     -Pues sí, lo que he oído era una hostia -dice Nazara señalando mis calzas, ahora que me fijo están un poco deshilachadas por las rodillas a causa de la caída.
     Elea apenas ha cambiado desde la última vez: sigue siendo la más alta y la más refinada en cuanto a ropa, tiene que serlo, puesto que va a heredar el trono cuando su padre muera, y la verdad es que no creo que tarde mucho.
     Sin embargo Levielle ha cambiado mucho, ya no parece una niña como Lunelle, tiene los labios más definidos, y la forma de la cara más fina. Y su cuello es perfecto, me apuesto lo que sea a que hoy más de uno trata de mordérselo en el baile.
     Salto a la cama en la que están Lune y Levielle y agarro un par de pasteles.
     -Mmmm, están muy buenos -digo con la boca llena de chocolate.
     -Pues come porque va a ser lo último que pruebes hasta el baile -dice Levielle a modo de queja.
     -¿Qué? ¿No vamos a bajar al comedor? -pregunto mientras cojo unos pasteles más.
     -No, está lleno de gente, así que solo baja Elea.
     La futura reina sonríe. Ahora entiendo que lleve un vestido tan elegante.
     -Así es, ¿tenéis hora? -pregunta Eleanora mientras se alisa la tela del vestido.
     -Sí, un momento -me pongo los pastelitos en la tripa y levanto la muñeca-. Las una menos cuarto.
     -¿Qué? -exclama levantándose de golpe- ¿Por qué no me habéis avisado antes?
     -No estaba aquí -me excuso mientras me meto otro pastelito en la boca.
     -Bueno me voy -dice apresurándose nerviosa.
     -Suerte -le desea Lunelle.
     Los demás hacemos lo mismo, pero no con tanto entusiasmo.
-Bueno, ¿qué hacemos hasta la hora del baile? -pregunto a la vez que me estiro en la cama como un gato.
-Yo tengo que alisarme el pelo -dice Nazara- ¿Alguien me acompaña a la cocina?
-¿Para qué quieres ir a la cocina? -le pregunta Levielle.
-Necesito tablas para aplastarme el pelo.
-Eso no va a funcionar -le responde Levielle con un brazo en alto
Lune y yo nos reímos.
     -Lune, venga, acompáñame.
     La pequeña hace unos gruñidos de pereza pero después de que le insista una cuantas veces y le diga que le ayudará con su vestido acepta.
-Esperad, ¿me voy mañana por la mañana y os vais a pasar la tarde preparando vestidos?
-El baile es el baile -dice Nazara.
Lune me saca la lengua, convirtiéndose en la niña más bonita del mundo, aunque ya no sea tan niña.
Y se van. De manera que nos quedamos Levielle y yo solos.
     -Estás más guapa que la última vez –le digo aunque no haya razón para hacerlo.
     -¿A qué viene eso, Ande? –pregunta mientras sus mejillas se cubren de rubor.
-A nada, es solo que te veo distinta -giro la cabeza hacia ella y me doy cuenta de que ni me mira-. No estoy intentando cortejarte -le aclaro.
-Vale.
-¿Por qué estás así? -pregunto después.
-Llevaba mucho tiempo sin que me dijeran algo así, y me lo esperaba de cualquiera menos de ti.
-No sé -me río.
-¿Estás practicando para cortejar a alguna doncella afortunada? -me pregunta ella, y esta vez el que se ruboriza (inexplicablemente) soy yo.
-¿Qué? ¿Yo? No.
Nos reímos a la vez, qué incómodo esto.
-¿Y tú has encontrado a alguien? -le pregunto clavando la vista en el techo. Estoy sudando con esta conversación, ¿por qué la he empezado? Ande no piensas.
-No, yo nunca me he… además mi padre seguro que programa mi boda con algún príncipe con dinero y tierras -baja la vista, triste.
-Bueno tal vez no viva lo suficiente como para hacerlo -digo, y me arrepiento mientras pronuncio las últimas palabras.
Levielle no responde, ¿por qué no piensas antes de hablar, Andemelio de Stalkia?
-Perdón, lo siento, no quería decir eso, me he pasado -me disculpo avergonzado y levanto a mi espalda, sentándome con las piernas cruzadas para adquirir seriedad.
-No, tienes razón -dice levantando la vista, con una mirada que no sé si expresa pena, enfado o esperanza.
-¿A qué te refieres? -pregunto un poco asustado.
-Que cuando muera me dará pena, pero me hará más bien que ahora. Seré más libre, y con ello, más feliz. No quiero un marido que controle mis actos y me diga lo que tengo que hacer. Suena duro y frío pero, me conviene que se muera.
Dios mío. Piensa igual que yo pero al ser ella su hija y expresarlo en voz alta da mucho más miedo.
-¿No estarás pensando en…? -no soy capaz de decirlo.
-¡No! Claro que no, pero no todo serán tinieblas cuando su luz se apague.
Lleva razón, y se lo digo.
-Que conste que no creo que todos los hombres sean así. Tú, por ejemplo, no, tú eres especial -dice inundándome con sus  grandes y brillantes ojos verdosos.
No sería así, de hecho, no sería directamente.
-No sé si especial es la palabra, solo soy diferente -me atrevo a decir.
-Creo que sé de lo que me hablas.
Pues yo creo que no.
Nazara y Lunelle vuelven, y agradezco que nos interrumpan, porque la conversación estaba llegando demasiado lejos.
-Ya tenemos tablas -anuncia Lunelle con entusiasmo, alzando dos trozos de madera de los que se usan para limpiar a los animales.
Pongo mala cara solo de pensar que Nazara va a poner su pelo ahí.
-Y agua hirviendo -dice Nazara con el mismo tono de voz.
-Creo que esto no va a salir bien -dice Levielle divertida, como si nuestra conversación no hubiese tenido lugar. Yo, por el contrario, me siento demasiado expuesto en este momento.
Nazara coloca las tablas sobre la cama, coloca su pelo separado en mechones entre ellas y después lo mete en agua hirviendo. No entiendo el funcionamiento de esto.
-Como funcione te regalo la mitad de mis raciones de esta noche -digo sin poder apartar la vista del pelo.
Levielle aplasta el pelo de Nazara con la otra tabla y tira de él, después coloca la olla de agua hirviendo que ha traído encima de las tablas, de forma que Nazara se queda sentada en el suelo, entre las dos camas, y su pelo encima de la cama de Elea.
-¿Y ahora te quedas así durante horas? -pregunto, prediciendo la respuesta.
-Mierda -dice Nazara.
Las dos princesas rubias y yo nos reímos.
-Espera, si no vienes tú, ¿quién acompañar a por flores? -pregunta Lunelle desde la puerta.
Nazara y Levielle me miran con una sonrisa. Esta vez el que suelta el taco soy yo.



Lune y yo salimos a los jardines, quiere flores para ponérselas en el pelo. En todo el camino no puedo dejar de mirar hacia los lados por si Galenio aparece.
-¿Qué miras tanto? -me pregunta extrañada.
-Nada, es solo que… hace mucho que no venía -después de hablar vuelvo a mirar. Me siento como un soldado en el campo de batalla.
-Ya… -dice Lune incrédula, tengo que buscarme una excusa mejor.
Cogemos flores durante una hora y media, parece que no todas son iguales y hay que seleccionar las mejores, me parecen cuentos estúpidos, pero no lo digo, si es tan importante para ella lo respetaré.
-Suficiente -anuncia por fin tras mirar el cesto de flores por unos segundos.
Me levanto del césped y miro hacia el palacio, es muy bonito con el Sol dando de frente, la primavera es bonita.
Estoy por decirle de quedarnos fuera un rato más, pero se tiene que preparar para el baile. Ya empiezan a verse las primeras personas vestidas de gala llegar. Tres horas, tenemos tres horas.
Subimos de nuevo a toda prisa a la habitación, y cuando paso por el escalón por el que antes me he tropezado, siento un escalofrío.
Cuando llegamos Levielle está chillándole a Nazara por haberle manchado el pelo de chocolate al hacerle las trenzas y Nazara está chillando porque el pelo se le ha quedado hacia arriba.
-Voy a darme un baño, aviso a Lunelle, y después me voy con mi maleta, la que ha cogido Galenio antes. Huelo el asa, pero no huele a nada más que a cuero, tampoco sé qué esperaba.
Busco a Midas por las habitaciones de invitados pero no le encuentro, y me da demasiada pereza ir yo a por agua, así que opto por ir al río. No me voy  a bañar delante de todo el mundo, pero hay un escondite que encontramos cuando yo tenía trece.
Así que voy hasta allí y vigilo bien que no haya nadie, no quiero ser el individuo del que reírse mañana.
Pruebo el agua con el pulgar del pie sintiéndome especial y principesco, pero al hacerlo me tropiezo con las piedras y me caigo de culo. Ay, si sigo así voy a volver a casa con una pierna amputada. Y el agua está sorprendentemente fría.
Se me quitan las ganas de bañarme, así que mojo la cabeza y me visto con la ropa que he traído para el baile: una camisa blanca, una chaqueta de color azul marino, leotardos blancos, pantalones anchos y cortos grises y unos zapatos de cuero grises. No recordaba haber metido tanta ropa.
Una vez lo tengo todo puesto me peino los cabellos pelirrojos y me empapo de colonia.


Un par de horas más tarde entramos al baile. Aaah, es un ambiente precioso, música tranquila, bailes (obviamente), gente con trajes que valen más que ellos, comida, bufones, saludos alegres, gente cortés, felicidad.
Todos sonreímos, o yo y todas sonríen.
-Me pregunto dónde estará Elea -dice Lunelle. Lleva un vestido rosa limonada con un enorme lazo a la espalda y es de las pocas que van planas, me parece la más sensata, aunque lo haga porque los demás la ven demasiado pequeña como para llevar un tacón. Tras pensarlo un par de veces me doy cuenta de que yo no llevo unas pantuflas, me gusta ir con zapatos porque es más elegante, aunque tampoco me quede más remedio que hacerlo por la presión social. Supongo que les pasará lo mismo.
-Haciendo cosas de futura reina, supongo -responde Levielle, se le nota que está orgullosa de ella en la voz, aunque también con algo de envidia.
Y de repente pasa. Es él, Galenio, pasa por nuestro lado, y se nos queda mirando.
Naza es la primera en soltar unos grititos.
-¡Oh, Dios! ¡Habéis visto cómo me ha mirado! -se tapa la boca mientras da saltitos, como se pase de fuerza a la hora de saltar, se le va a ver toda la ropa interior (si es que lleva), la falda de su vestido es muy corta, y vaporosa.
-¿Perdona? -le reprocha Levielle-, es obvio que estaba mirando a mí -, y da una vuelta, creando un efecto precioso en la falda de su vestido, que es de lo más tradicional: mangas cortas y abombadas, pegado por el torso y una gran falda muy pomposa.
-Y una mierda Levielle -le responde casi enfadada.
Por favor, es obvio que me ha mirado a mí.
-¿Si tanto te ha mirado por qué no vas a hablar con él? -le reta Levielle.
No me gustan estos juegos.
-Encantada, enseguida que volvamos a verlo -responde desafiante.
Respiro hondo. Si Nazara va a hablar con él lo más probable es que se acuesten. Es difícil resistirse a sus encantos, y en lo que llevo con ella nunca se le ha escapado nadie. Además me ha dicho antes que venía con ganas de fiesta.
No es justo, yo le he visto antes.
Me ha mirado a mí.
Pero yo no puedo entrar en esta lucha. A veces me gustaría ser chica.
-Vamos a comer -dice Lunelle. La verdad es que ahora que lo dice tengo hambre, no he comido desde hace unas siete u ocho horas.
Qué suerte -pienso-, tú no tienes que preocuparte por el amor.
Hacemos caso a Lune y vamos a la mesa de aperitivos.
Pasan minutos, tal vez horas, y hay varias copas vacías pero no nos importa, es divertido. No creo que Lune deba beber tanto, pero nadie la dice nada, solo nos reímos.
Entonces aparece Galenio, y segundos después está con Nazara, se están besando. Quiero que se muera, sí, sí quiero.
Dejo la copa en la mesa y me acerco al misterioso Galenio y a la estúpida de Nazara, voy reclamar lo que me han robado.
Galenio abre los ojos y me mira, me mira con tanto furor que me paralizo. Me guiña un ojo, ¿quiere estar conmigo? ¿no quiere estar con Nazara? Me río.
Voy a darme la vuelta cuando escucho un gran golpe. ¿Quién se ha muerto ahora?

No hay comentarios:

Publicar un comentario